Cuando cumplí 36 años comencé a tener cambios en mi cuerpo, cambios que, cómo tú en este momento, pensaba que eran normales por mi edad, por la perimenopausia, unos de esos cambios fueron pequeñas gotas de orina que se me escapaban y a las cuales no les di importancia.
Pero con el tiempo comenzaron a ser más abundantes y cada vez más persistentes al grado incluso, de tener que cargar conmigo ropa interior extra.
Me costaba mucho trabajo acostumbrarme a vivir así, a tener que cambiarme la ropa interior varias veces al día porque literalmente olía mal, sabia que llegaría el momento de tener que usar toallas femeninas todos los días, porque intenté de todo, Kegel, hipopresivos, algunas cosas funcionaban por un tiempo y después los escapes de orina regresaban.
Sin darme cuenta comenzó a afectarme en lo que más amo, en mi profesión de entrenadora fitness, comencé a sentirme insegura, deje de salir con mis familiares y amigos, era algo que verdaderamente me avergonzaba mucho.
Sinceramente, en un inicio me di por vencida, ya que incluso médicos y ginecólogos me decían que era normal en la vida de las mujeres y que ya hablaríamos más adelante sobre la opción de colocar una malla, que por el momento “no me preocupara de más”.
Pero un día, mirando una foto mía de años atrás, en dónde me notaba feliz, me llegó una pregunta a la mente.